Centésimo ilusorio y los zapatos más nuevos que nunca


La rutina acecha allí, a la vuelta de la esquina, a la vuelta de esos días, en los que la realidad, se desdibuja a golpe de decepción.
Las gotas arremeten, furiosas contra mi ventana, negándome los silencios entre sus acordes, que son el martilleo constante de agudos y graves.

Abro aún más los oídos, escucho un poco más profundo, y me llega el sonido de los platos recogiéndose en la pared contigua, el charco protestándo ante la rueda que pisa sus dibujos sobre él.
El folio, blanco, impoluto, ¿y yo? Egresado en la universidad de la sequía mental, parapetado tras un arcón cerrado, un teclado, sin pulsaciones, un corazón sin su coraza.

Fuerzo mi yunque y mi martillo un poco más, y los oigo, allá tan lejos, que los tengo a mi lado, los gritos ahogados de las nubes negras que se pelean entre ellas, el origen y génesis de las gotas que siguen repiqueteando en el alfeizar de mi ventana.

Busco salir del trance, Cernuda, Benjamín Prado, Poe, Shakespeare, Coelho, Emily Brontë, Tolstoi, Sabina, Benedetti, Dumas, Pizarnik, Neruda…. todos al alcance de mi mano, riéndose para sus adentros, recubiertos con sus lomos, con sus incontables hojas, blancas, grises, cetrinas. Y yo delante de la virginal hoja, de la lluvia, de la rutina del que se para, del llanto del charco, del ruido de los platos, de las nubes negras….

Cierro los ojos, me oigo suspirar, siento el aire descender hacia mis pulmones, pero fuerzo aún más mi oído, esta vez le pongo corazón, y por fin, soy capaz, lo consigo, ¡Eureka! Acabo de aprender a escuchar tu voz a cientos de kilómetros de distancia. Perdona que te deje, pero tengo que colgar.

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