Ayer estuve releyendo a Khalil Gibrán, al que conocí a los dieciséis años, y del que me acordé al terminar el «Símbolo Perdido«.
Si a mi me gusta especialmente algo de la poesía o la prosa cuando la leo, y algo que creo que dejo plasmado en cualquiera de ellas, es el sentimiento del amor, como le decía a una chica con la que hablaba, si en lo que escribo está el amor, no es por el que tenga a mi lado o en mi cercanía, si no por el que yo siento, que es algo que se encuentra aletargado en mi interior, enterrado y sepultado, dispuesto a otorgarse a una mujer (cuando aparezca jaja) pero nunca encerrado, el amor es un sentimiento para mostrar, y al final el y sus secuaces (tal que la pasión) son los que para mi mueven el mundo.
Y en una de las lecturas de Khalil Gibran leí;
El Amor: «Es el amo y señor de todos nosotros, que no somos más que siervos obedientes, hasta el punto de el que desobedece la llamada del amor desobedece a Dios»
Hay que tener en cuenta que Gibran rompió con la iglesia y las leyes humanas de éstas.
Su Dios, es el Dios en términos universalizadores, de hecho dedicó un par de libros solo a criticar al fariseísmo, el buscaba la religiosidad como la unión con la divinidad, a un punto más amplio que lo que el cristianismo propaga, y yo recuerdo que fueron en esos años donde rompía definitivamente con el catolicismo, y comenzaba a hacerme agnóstico convencido (Gracias a Dios).
De todas formas, os hago partícipes de uno de sus pensamientos y meditaciones.
Unión
Cuando la noche embelleció el ropaje del cielo con las joyas de las estrellas, una hurí se remontó desde el valle del Nilo y revoloteó en el cielo con alas invisibles. Se sentó en un trono de niebla que colgaba entre el cielo y el mar, mientras delante de ella pasaba una multitud de ángeles que cantaban al unísono:
«Gloria,
gloria, gloria a la hija del Egipto, cuya grandeza llena el orbe.»
Entonces, en la cima de Fam El Mizab, circundada por el bosque de cedros, las manos de los serafines alzaron a una joven sombra, que se sentó en el trono al lado de la hurí. Los espíritus los rodearon cantando:
«Gloria,
gloria, gloria al joven del Líbano, cuya magnificencia llena los tiempos.»
Y cuando el novio tomó las manos de su amada y miró en sus ojos, las olas y el viento esparcieron su
comunión por todo el universo:
¡Qué perfecto es tu esplendor, hija de Isis, y qué enorme mi adoración por ti!
¡Qué elegante eres entre los jóvenes, hijo de Astarté, cuán poderosamente te deseo!
Mi amor es tan fuerte como tus pirámides, y el tiempo no podrá destruirlo.
Mi amor es tan firme como tus Cedros Sagrados, y los elementos no podrán con él.
Sabios de todas las naciones de oriente y occidente vienen a beber de tu sabiduría y a descifrar tus signos.
Eruditos de todos los reinos del mundo vienen a embriagarse con el néctar de tu belleza y con la magia
de tu voz.
Tus palabras son fuentes de abundancia.
Tus brazos son manantiales de agua pura y tu aliento una brisa refrescante.
Los palacios y los templos del Nilo anuncian tu gloria y la Esfinge da fe de tu grandeza.
Los cedros de tu pecho son como medallas de honor y las torres que te rodean son señal de tu valentía y
fortaleza.
¡Qué dulce es tu amor, y qué maravillosa la esperanza que alientas!
¡Qué generoso compañero eres. Y qué esposo leal has mostrado ser. Qué sublimes son tus dones y tu
sacrificio!
Me enviaste jóvenes que eran como el despertar después de un profundo sueño.
Me diste hombres llenos de osadía para conquistar la debilidad de mi pueblo, humanistas para exaltarlo y genios que enriquecieran sus poderes.
De las semillas que te envié hiciste brotar flores; de los renuevos, árboles. Porque tú eres una pradera
virgen en la que crecen rosas y lirios y se levantan cipreses y cedros.
Veo tristeza en tus ojos, amor mío, ¿acaso te apena estar a mi lado?
Tengo hijos e hijas que emigraron al otro lado de los mares y me dejaron llorando y añorando su regreso.
¿Es que tienes miedo, hija del Nilo y preferida de todas las naciones?
Temo que se me acerque un tirano de voz dulce que, luego, me domine con la fuerza de sus brazos.
La vida de las naciones es, amor mío, como la vida de los individuos: se alegra con la esperanza y es una
con el temor, la acosan los deseos y la angustia la desesperación.
Los amantes se abrazaron y se besaron y de las copas del amor bebieron el fragante vino de los tiempos.
Y el coro de ángeles cantó: «Gloria,
gloria, gloria, la gloria del amor llena los cielos y la tierra.»