Ha sido alta la madrugada que se topó en el despertar con las esquinas de mis sueños sombríos, en los que la imagen de un recuerdo se me acerca, hueco ahora por dentro, mostrándome sólo su fachada, en tiempos idos era nube y evocaba en su interior, tan hermoso como el fuego, algo que latía dentro de mi pecho.
Fue el agua que brotó de mis iris mojados, la que cruel se llevó con su torrente de mar, el interior de una nube de vapor, que ahora se presenta vacía como una silueta. Porque fue el vigor de las gotas en su caída, lo que arrastró las hojas verdes que hasta a mí trajo el viento de aquel diciembre pasado. Y las puso lejos, muy lejos e inalcanzables.
Mientras el sol traspuesto, que daba luz en mi primavera, buscó morirse lejos, pues iluminaba un jardín cada vez más inerte, vacío de nubes, de hojas verdes, de hermosura, siendo tan solo la sombra de lo que fue.
Pero recuerdo su llama, muy hermosa, era breve y pequeña como todo lo bello. Y en otro tiempo cuando las altas horas de la madrugada, eran sonrisa, y mis ensueños esperanza, los astros envidiaron a esa llama incesante, incansable e inagotable del astro rey, y con su nocturnidad, hicieron honda la noche, y de las hojas verdes que aún quedaron, hicieron ceniza gris y fría. Del jardín gaélico quedaron, surgieron las dunas de un desierto que se secó. Y del fuego que latía, quedó el febril sentimiento del alma que apostaba a la carta perdedora, arriesgaba y perdía. Entre cuerpos quedó la pena. El ante que me jugué, voló junto al viento y las hojas.
Y a quién dice que se olvida, sepa que no hay olvido, pues busco entre mi nube congelada, y veo su silueta, y entre el respiro que le dan al iris las gotas frías que se resbalan y a través de la pared ceniza que se forma, tras la sombra de la soledad, siento radiante el recuerdo del deseo. Toda mano tiene su precio, y la mía la he apostado, la he perdido, pero al menos he pagado.
Y despierto de mi trance, de mis sueños, de mi ensueño de alta madrugada, y estoy solo en mi lecho. Pero afuera, allá en el cielo, cuando observo y veo una nube, miro en su interior, y siguen las hojas verdes y el tapiz gaélico, y un sol de bucles dorados, un sol que lo alumbra todo.
Bueno… Todo no…..todo menos a mi.
Hola Mirlowe,
después de haber leído varias veces este cuento, que como siempre en tu prosa, encuentro grande intensidad poética, me deja el sabor de la soledad, palpitante en la piel.
CFelicidades por lo bien que llevas tu historia, haciéndonos sentir parte de la historia.
😉