Me siento en el punto álgido del camino, como el último grado que se une y da calor al centenar del agua hirviendo, como el vértice escarpado de la montaña que sirve de base a la gloria de alguna bandera, como la orilla que alcanza el nadador o el punto final que cierra una novela.
Los versos que leo, deshojan la cubierta y nutren las entrañas de mi lascivo e impío corazón, mientras yo, observo y admiro la profunda y negra oscuridad en la que sin cables cuelga el cuarto menguante en el final de su eterno ciclo, embelesado y enfrascado, en la breve esencia de los húmedos y cálidos besos sonrosados, subsumidos en mi memoria.
La realidad es un sentimiento y no el mundo que lo rodea y le da forma, porque así lo recuerdo, ¡así fue!, el día que tú, como un ladrón de tumbas, viniste a arrancar en mi cementerio, la lápida cargada de desazón que me obstruía y no me permitía despertar y disfrutar(te), ante mi acercaste tus brillantes bucles dorados, tus suaves y encarnados labios y encabalgaste tu respiración junto a la mía.
Fueron meros e incontables los instantes que duró ese primer contacto, más que suficiente para inundarlo todo, como un torrente de fuerza desmedida que arranca de raíz las malas hierbas, como un bofetón a mi mente inconexa capaz de revertir los sentimientos ocres, áridos y estériles, capaz de conseguir una Flor en un yermo paraje, y así, expoliaste algo que se estaba marchitando allí escondido.
Podrán pasar los días, podrán caer más ciclos lunares, dará tiempo a que el más tiznante de los carbones se convierta por fin en un diamante que no será de sangre, pero si de un rojo desbordado de pasión, y mientras eso pasa, tú, me das amor, en pequeñas dosis, tal vez… ¿Por miedo a qué se gaste?.