Esperanza


La habitación aún estaba iluminada débilmente por la tenue y anaranjada luz del ocaso, filtrándose a través de unas cortinas blancas que acogen gustosas el último color que el sol regala en su día, pero no se encuentran totalmente cerradas, dejan un pequeño resquicio, un último hueco para que los últimos y valerosos rayos del sol, antes de desaparecer puedan iluminar parte de la estancia, donde contagiados por el capricho del azar, caen con fuerza sobre un hombre joven, en el que destacan una sonrisa de felicidad, unos pómulos coloreados, sensibles a todo lo que ocurre a su alrededor, unos ojos abiertos, alegres, brillantes, tenaces (vivos).

Ojos con la mirada puesta sobre una pequeñita figura que, se encuentra a escasos metros, sentada sobre una alfombra negra que contrasta, con la falda blanca de volantes que porta con gracia la pequeña.
Su cabello son bucles dorados como el sol, que caen alegres y joviales desde su cabeza hasta los hombros, sueltos y vigorosos en su caída, y en su cara se expresa la misma juventud, la infancia, la inocencia, dibujando una belleza sin par.

Así sobre la alfombra juega la pequeña a ser pintora, y con un folio en blanco y un pastel, dibuja los cuadros con los que su padre enmarca ahora las cuatro paredes de sus vidas.

Algo ocurre en la mente del joven y con un hilo de ternura deshace la sonrisa para que de sus labios salga y se oiga una cálida frase; – “Nadia, ven conmigo cielo”.

Esas cuatro palabras, consiguen que la pequeña niña, quien no tendrá más de cinco años, levante súbitamente la cabeza, y mire hacia Hector con la admiración que una niña dedica a su padre durante la primera infancia, y así sin pensarlo ni un segundo, se pone en pie, y en escasos y juguetones pasos se encuentra ya saltando a la rodilla de su padre.

Se siente suficientemente segura con el cuerpo de su padre detrás, a sabiendas que sus recios brazos, jamás le dejarán caer de la altura que acaba de coger. Esa seguridad le otorga la confianza suficiente, para tenderse sobre el pecho de su padre, quién no puede evitar que se le acelere el corazón con la cercanía de su propia sangre vertida en otro cuerpo, y en sus dos ojos alegres y brillantes, asoma ahora por el borde una pequeña lágrima pura y cristalina que le nubla la visión.

Es consciente que la conversación tenía que tenerla algún día, pero le cuesta mucho, se le antoja terriblemente doloroso, tener que romper la inocencia de su muñeca, pero es algo obligatorio y necesario, por eso, antes de que pudiera seguir torturándose da comienzo su salmo final……

“Nadia, creo que ya eres suficientemente mayor para saber quién era tu Mamá”….
Entonando estas palabras, las pupilas avellana de Hector miran hacia ninguna parte, ahogadas entre un millón de ácidas lágrimas que al ascender hasta sus ojos, le llevan a su mirada recuerdos del pasado, días felices con Helena, paseos a orillas del mar, días de sol en la playa, en una manta sobre un césped verde recién cortado, amor, felicidad, esperanza, deseo, pasión y lujuria.

Dos corazones entrelazados, sonrisas que lanzan besos desde la lejanía, labios rosados y carnosos, que evocan “Te quieros” sin ser movidos, y miradas que provocan los abrazos más dulces y fuertes, abrazos que por si mismos, mitigan la necesidad del cuerpo a cuerpo, del sentir dos pieles ajenas fundiéndose en una, para crear el amor suficiente que germine en un único cuerpo, creado con la sanguinolenta lujuria de ambos latiendo bajo un único y pequeño músculo ajeno.

Sin saber cómo, Hector a comenzado a relatarle a su pequeña Nadia, denotando en su relato su increíble admiración hacia Helena, todo el pasado, todos los recuerdos, los momentos felices, todos aquellos pequeños detalles que hicieron de esa mujer la gran mujer que le dio a conocer la verdadera vida desde el primer momento.

Nadia no atina a conjugar entre su alma y su garganta, nada más que gemidos de asombro, ante lo que su padre le cuenta “¿De verdad así era mi Mamá?” -piensa-.

Hector continúa su oración de esperanza, de armoniosas paletas de colores que dibujan los paisajes bucólicos que sus entrañas han grabado en su alma, donde ese césped al ras se hizo más cómodo que cualquier colchón de plumas con un cielo azul que acogía a la feliz pareja bajo la forma caprichosa de las nubes puras y blancas.
Donde el recuerdo de los días de playa, son como el rumor del mar de la caracola, y a su ritmo brota de su corazón la sangre que riega los recuerdos de la pareja en cada centímetro de su dermis, dándole el color del amor que les poseía.

Pero llega el momento del fatal desenlace, de la verdadera razón por la que Helena no está junto a ellos, de la excusa que le dio la vida para arrebatársela a ambos, y las lágrimas se hacen pesadas, ambas sonrisas se tornan ahora en tristeza, los dos cuerpos se juntan y se abrazan ante la cruda realidad de la vida, hasta los alegres y anaranjados rayos que se mostraron por la ventana, desaparecieron dando lugar al oscuro manto negro de la noche.
Y así, cuando Hector lanza raudo y fulgurante su mirar hacia la gélida luna plateada que no se atreve esta noche a iluminar nada con su débil luz, el llanto se apodera ya totalmente de su cuerpo, de su alma, de su corazón, de sus recuerdos, de su ser entero….

Se levanta despacio del sillón, sus piernas van débilmente hasta la ventana, y sus manos tímidamente cogen los lindes de las cortinas blancas, mientras sus ojos avellana reflejan la luz selenita, y grita ahogado, entre llantos y gemidos por su desdicha, por aquello que las Parcas no han querido tejer en su vida.

Sin ser consciente de la realidad, gira su vista hacia la alfombra donde Nadia jugaba a ser pintora, y entonces cae en la cuenta, y sus manos se agolpan contra su cara, evitando que Selene se siga riendo de su desolación, y sus rodillas caen con brusquedad sobre el parqué gastado, haciéndole el dolor físico despertar de su mentira, volviendo a la realidad que le enseña que Nadia jamás existió, ni sus días de playa, ni los días de olor a hierba recién cortada, ni los momentos felices con Helena, mostrándole esa realidad, que todo ha sido fruto de una cruel jugada de su imaginación….de un sádico sueño vivido pero no cumplido.

5 comentarios sobre “Esperanza

  1. Bien hecho Mirlowe, he caído en la trampa magistral de tu relato, que como siempre, me lleva a vivir la aventura de tu cuento, y el final me sorprendes nuevamente, y este es el resultado que logras siempre con tus historias.
    Bravo.

    1. Gracias, la verdad es que había escrito algún relato más largo alguna vez, pero me parece demasiado complicado para mi, conseguir mantener el hilo durante dos, tres o cuatro folios, por eso siempre me decanto por algo más corto, ya que me da la sensación de que a mitad de lectura se pierde el interés, no enganchando bien por querer llegar al final, no me veo creando el clima suficiente para que al leerlo den ganas de terminarlo……

      Y aún así, este me salió en poco más de folio y medio, y se me antoja un pelín largo pero bueno, como siempre se agradece enormemente su lectura 😛

      1. Pues en algunos de tus cuentos me ha sucedido exactamente el contrario de lo que dices, me he quedado con las ganas de seguir leyendo, asì que no te desanimes, y si te viene largo, prueba a ver el resultado.
        😉

    1. Hola!! cuanto tiempo :D, muchísimas gracias por leerlo y más aún por comentarlo ;), la verdad es que tengo poquito tiempo para escribir y para leer, pero se agradece enormemente el hecho de que aún haya gente por aquí. Un saludo muy grande desde el medio de la península 😛

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